¿Has visto la tristeza detrás de la sonrisa de un niño de la calle mientras juega con su hermanito con alguna basura simulando ser un juguete?
¿Has visto la necesidad detrás de el rostro de esperanza de un anciano cuando se acerca a pedirte una moneda?
¿Has visto la soledad en los ojos de los enfermos en hospitales olvidados por su familia y amigos?
Podemos culpar a la pobreza, los vicios, el pecado y hasta el diablo de estas cosas que hacen que el mundo agonice, pero el problema más grande no son los culpables, sino los indiferentes. Aquellos que siguen siendo cómplices de los que maltratan a sus hijos y cónyuges, de los que siguen buscado placer a cualquier precio sin pensar en consecuencias. De los que están sumidos en la egocéntrica forma de vivir que dicta el consumismo, donde lo que prima es tener, no importando como; y de los que tienen la verdad pero no la comparten. Esos que se encierran a buscar el favor de Dios pudiendo compartir con alguien la bendición de la salvación, de la misericordia.
Si tan sólo entendiéramos que lo que se nos dio NO fue para callarlo o para compartirlo SÓLO a los que creen lo mismo que nosotros, entonces comprenderíamos el sacrificio más grande del que vino a darlo todo, incluso a sí mismo, para que no tuviéramos que dar nada. Sabríamos que sólo espera que ofrezcamos en gratitud todo lo que somos. Viviendo así no tendríamos duda que sus leyes y mandamientos fueron hechos para que no nos hagamos daño y que cuidemos a otros, para tener una fe y una esperanza de que las cosas pueden estar mejor, que todo esto fue por mi y por cada uno que estamos aquí, si tan sólo asumiéramos el rol que DEBEMOS y no el que QUEREMOS, tendríamos un mundo menos violento, menos egoísta, entonces seríamos más que un planeta habitable, seríamos un buen lugar para vivir.
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